Cuentacuentos

Principios y finales

El final de un cuento

El desarrollo de la actividad podría quedar como sigue:

  • Presentación del libro Cuentos para jugar de Gianni Rodari (Editorial Alfaguara) Comentamos, entre otras, una de sus principales características: nos presenta cuentos con varios finales.
  • Leemos en voz alta uno de los cuentos fijándonos cómo, al finalizar el nudo, la narración se corta. Leemos los finales y los analizamos, con participación de los alumnos, uno tras otro.
  • Preparamos otro de los cuentos para pasarlo a las pizarras digitales. Dividimos a nuestros alumnos en grupos de tres o cuatro para que lo lean y analicen (tema, protagonistas, desenlaces, sentido del final) y, a continuación, desarrollen otro final para el cuento.
  • Posteriormente, cada grupo inventará un cuento, en la pizarra digital harán un esquema: pensarán en el protagonista, la situación, la aventura, las dificultades, los personajes secundarios… De ese cuento sólo desarrollarán, en grupo y por escrito, hasta el final del nudo.
  • Individualmente, elaborarán un final para esa historia, buscando que sea original o divertido o extraño o fantástico, etc.
  • De esta forma, obtendremos tantos cuentos como pequeños grupos hayamos formado y cada cuento tendrá tantos finales como niños formaban el grupo.
  • Podemos intercambiar los cuentos entre los miembros del grupo, para que lean los de los demás, seleccionar uno por grupo e intercambiarlo con los demás grupos…
  • También podemos elaborar, como actividad multimedia, un cuento interactivo a partir del escaneo de textos y dibujos de nuestros alumnos y grabaciones de sus narraciones. En este cuento interactivo el lector puede elegir el final. (Ej.: “Si te gusta que el final sea divertido pulsa aquí…”).
  • En el blog del taller de cuentos colgaremos algunos de ellos. La selección de actividades para colgar, si el aula tiene muchos alumnos y hay, por tanto, muchos grupos, puede realizarse alternativamente, entre los equipos participantes, de forma que cada uno de ellos cuelgue alguna actividad en el taller de cuentos.

Y también con inicios

  • Estudiamos diferentes fórmulas para iniciar un cuento.
  • Proponemos uno conocido al que le falta el inicio.
  • El ejercicio consiste en escribirlo hasta llegar al momento del cuento que les hemos proporcionado.

En este archivo comprimido tienes el ejemplo de cómo lo haríamos con el cuento de Cenicienta (blog).

Y después del final ¿qué?

Esta propuesta es una variante, o mejor, una consecuencia de la actividad anterior cuyo objetivo es inventar el final del final. Saber jugar literariamente con diferentes claves: humor, tragedia, drama… imaginar qué ocurre después en un cuento que ha llegado a su fin, después de comer las perdices.

Veamos el tamborilero mágico

 

Érase una vez un tamborilero que volvía de la guerra. Era pobre, sólo tenía el tambor, pero a pesar de ello estaba contento porque volvía a  casa después de tantos años. Se le oía tocar desde lejos: barabán, barabán, barabán…

Andando y andando encontró  a una viejecita.

–          Buen soldadito, ¿me das una moneda?

–          Abuelita, si tuviese, te daría dos. Incluso una docena. Pero no tengo.

–          ¿Estás seguro?

–          He rebuscado en los bolsillos durante toda la mañana y no he encontrado nada.

–          Mira otra vez, mira bien.

–          ¿En los bolsillos? Miraré para darte el gusto. Pero estoy seguro de que… ¡Vaya! ¿Qué es esto?

–          Una moneda. ¿Has visto cómo tenías?

–          Te juro que no lo sabía. ¡Qué maravilla! Toma, te la doy de buena gana porque debes necesitarla más que yo.

–          Gracias, soldadito –dijo la viejecita-, y yo te daré algo a cambio.

–          ¿En serio? Pero no quiero nada

–          Sí, quiero darte un pequeño encantamiento. Será este: siempre que tu tambor redoble todos tendrán que bailar.

–          Gracias, abuelita. Es un encantamiento verdaderamente maravilloso.

–          Espera, no he terminado: todos bailarán y no podrán pararse si tú no dejas de tocar.

–          ¡Magnífico! Aún no sé lo que haré con este encantamiento pero me parece que me será útil.

–          Te será utilísimo.

–          Adiós, soldadito.

–          Adiós, abuelita.

Y el soldadito reemprendió el camino para regresar a casa. Andando y andando… De repente salieron tres bandidos del bosque.

–          ¡La bolsa o la vida!

–          ¡Por amor de Dios! ¡Adelante! Tomen la bolsa. ¡Pero les advierto que está vacía!

–          ¡Manos arriba o eres hombre muerto!

–          Obedezco, obedezco, señores bandidos.

–          ¿Dónde tienes el dinero?

–          Lo que es por mí, lo tendría hasta en el sombrero.

Los bandidos miran en el sombrero: no hay nada.

–          Por mí lo tendría hasta en la oreja.

Miran en la oreja, nada de nada.

–          Os digo que lo tendría incluso en la punta de la nariz, si tuviera.

Los bandidos miran, buscan, hurgan. Naturalmente no encuentran ni siquiera una moneda.

–          Eres un desarrapado –dice el jefe de los bandidos-. Paciencia. Nos llevaremos el tambor para tocar un poco.

–          Tomadlo –suspira el soldadito-, siento separarme de él porque me ha hecho compañía durante muchos años. Pero si realmente lo queréis…

–          Lo queremos.

–          ¿Me dejaréis tocar un poquito antes de llevároslo? Así os enseño cómo se hace ¿eh?

–          Pues claro, toca un poco.

–          Eso, eso –dijo el tamborilero-, yo toco y vosotros (barabán, barabán, barabán) ¡y vosotros bailáis!

  Y había que verlos bailar a esos tres tipejos. Parecían tres osos de feria.

 Al principio se divertían, reían y bromeaban. 

–          ¡Ánimo, tamborilero! ¡Dale al Vals!

–          ¡Ahora la polka, tamborilero!

–          ¡Adelante con la mazurca! 

Al cabo de un rato empiezan a resoplar. Intentan pararse y no lo consiguen. Están cansados, sofocados, les da vueltas la cabeza, pero el encantamiento del tambor les obliga a bailar, bailar, bailar…

–          ¡Socorro!

–          ¡Bailad!

–          ¡Piedad!

–          ¡Misericordia!

–      ¡Bailad, bailad!

–          ¡Basta, basta!

–          ¿Puedo quedarme el tambor?

–          Quédatelo… No queremos saber nada de brujerías…

–          ¿Me dejaréis en paz?

–          Todo lo que quieras, basta con que dejes de tocar. 

Pero el tamborilero, prudentemente, sólo paró cuando los vió derrumbarse en el suelo sin fuerzas y sin aliento. 

–          ¡Eso es, así no podréis perseguirme! 

Y él, a escape. De vez en cuando, por precaución, daba algún golpecillo al tambor. Y enseguida, las ardillas sobre las ramas, las lechuzas en los nidos, obligadas a despertarse en pleno día… 

Y siempre adelante, el buen tamborilero caminaba y corría, para llegar a su casa. 

 

Y tres posibles finales