Deconstruir
Deconstruir es una palabra de moda, inventada para definir lo que hacen algunos cocineros innovadores, aunque creo que el término no es muy acertado para ese caso, puede ser útil para el que nos ocupa. Vamos a leer una historia corta, de unos pocos párrafos, con uno basta; que pasaremos a nuestros alumnos en un documento del procesador de textos. El ejercicio consiste en descubrir la importancia que tienen las palabras de un escrito, lo que aportan a la historia, a una historia que podría contarse en unas pocas líneas, tal vez en una sola frase; cómo las palabras construyen la historia dotándola de sentimientos, de sensaciones, de preguntas y respuestas…
En nuestro ejemplo, hemos partido de un cuento, fin de jornada, de Marvin Valladares Drago; ofrecemos hasta cuatro versiones de la historia, cada una más mutilada. Lo leemos atentamente y lo proyectamos para tener presente su contenido.
Vamos a quitar palabras: utilizando marcar y suprimir, eliminamos todos los adjetivos y otras expresiones que contribuyan a aplicar cualidades al escrito. Lo volvemos a leer, comparando esta segunda versión con el texto que tenemos proyectado y sacamos conclusiones: ¿es lo mismo un esfuerzo que un último esfuerzo?
Seguimos avanzando en nuestro afán limpiador de expresividad, vamos a eliminar ahora todas las expresiones que aporten sensaciones o sentimientos: comparaciones, metáforas, redundancias, matices… Incluso algunos adverbios, algunas formas no personales de verbos, oraciones subordinadas… Podemos permitirnos el lujo de cambiar expresiones por palabras que las sustituyan. Y volvemos a confrontar la tercera versión con los otros dos textos.
Para terminar, ya cambiando todo lo que queramos, dejamos la historia reducida hasta su más mínima expresión en esta cuarta versión; volvemos a comparar y sacamos las conclusiones finales de cómo las palabras aportan magia a nuestros escritos.